Un desconocido en la playa

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Este año decidió irse unos días sola de vacaciones. Hacía mucho tiempo que no disfrutaba del silencio.

Pensó que la mejor opción era irse unos días a descansar a la playa, pero eligió bien y pensó en una no muy masificada.

No sabía si era el calor por el tiempo o simplemente ese calor emanaba de su interior continuamente. Ya no sabía ni qué hacer. Ni tocándose dos veces al día conseguía estar menos excitada.

Esa noche, después de cenar no tenía ganas de irse al hotel y pensó en acercarse a la playa. Se sentó unos minutos en la arena, pero esa agua no paraba de llamarla. Una noche es una noche pensó, miro a su alrededor y no parecía haber nadie cerca. Se quitó lentamente las bragas, se subió el vestido y se lo quitó por su cabeza. No llevaba sujetador. Sintió el aire sobre sus pechos e inmediatamente se le pusieron duros los pezones. Que maravilla sentir la brisa sobre todo su cuerpo. Fue hacia al agua y nadó con ganas. Al salir, cruzó su mirada con unos ojos negros como el carbón que le miraban con excitación.

Ella en la orilla y él se acercaba. Lejos de sentir miedo lo único que sentía eran ganas. Sí, ganas, ganas de besarlo, de tocar su piel, de ver como olía y de follar con él.

Sin cruzar ni una sola palabra él toco su piel con las puntas de sus dedos, el simple roce les puso la carne de gallina a los dos. Sus dedos tocaron su cara, su cuello, bajaron por el brazo y subieron por la barriga hasta sus pechos, cogió uno de sus pezones y bajó su lengua hacia él. Sabía salada pero no le importaba, es más, le excitaba. Chupó, mordió y ella gimió en su oído, sin ninguna duda le estaba gustando. Ella bajó sus dedos hacia su pubis y se los metió, estaba muy húmeda, los sacó y se los acercó a su boca, él saboreó toda su esencia. Mientras chupaba sus dedos, le tumbó en la arena y acarició su clítoris mientras le besaba todo el cuerpo. Bajó y con su lengua hizo que se arqueara como nunca antes lo había hecho. Le rozó con su polla que por supuesto estaba durísima y la metió hasta el fondo de ella. Ella apretaba sus piernas y le acariciaba con sus suaves manos.

Escucharon unas voces y notaron que alguien les observaba, pero no importaba nada en ese momento, solo el roce de uno contra el otro. Los movimientos de él, los gemidos de ella. Sí, escucharon que los otros se estaban haciendo una paja y se excitaron cada vez más.

Como la arena ya molestaba, él le cogió en brazos y la llevó junto a una roca en el agua. Allí se la metió de nuevo, una y otra vez. Él no podía más, se iba a correr. Ella le agarró del peló y le dijo que aguantara unos minutos más que por supuesto aguantó. Se corrió, se corrieron. Salieron juntos del agua. “Me llamo Diego”, dijo él. Ella lo miró intensamente y se fue sin decir nada. Quería seguir tranquila en la playa.

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